A veces prometemos muchas cosas e incluso tenemos ganas de cumplirlas pero, como todos sabemos, la pereza puede más que nuestras mejores intenciones. Por ejemplo, a mí me ha ocurrido con este blog ya que he sentido la rabia en mis dedos, la decepción que me escocía los ojos, la alegría de mi desbordante risa y, sobre todo, palabras en mi cabeza…incluso sabía cómo empezarían esas entradas jamás escritas y de lo que hablaría en ellas; no todas eran malas y había, como he dicho, un escalón desde el odio a la alegría. Lo que intento transmitir, sintiendo establecer un discurso contradictorio que no deja clara mi idea clave, es que prometí hacer de mis palabras un arte y sobre todo un grito a mi día a día para que, tras mi prometido regreso tras los exámenes, me haya tapado demasiado a mi otro lado de la cama y no haya dejado ni el más mínimo paso por mi blog. Puede que las sábanas que envolvían mi mortecinamente joven y blanco cuerpo fueran tan espesas que absorbían con su calor mi vitalidad y cada sentimiento, puede que ya no sirva para mi sueño de escritora o, simplemente, puede que mi tristeza sea vacía y las miles de palabras que pude albergar para expresarme hayan muerto como va muriendo poco a poco el invierno. Sí, pronto será primavera aunque esta ola de pesaroso frío diga lo contrario.
Pensando en las estaciones pienso en la muerte y en que cada día es morir. Yo cumplí, hace una semana larga, veinte años y pienso en lo que me queda por vivir y también en lo que perdí. Mi vida siempre ha transcurrido o con mucha normalidad o con una explosiva sucesión de acontecimientos. Temo muchas cosas porque vivo y a la vez estaré muerta; temor a haber albergado en mi corazón un sentimiento tan puro hacia muchos seres queridos y animales que ya vagan a saber Dios por dónde…no pienso responder a la cuestión ni desde el lado más religioso ni desde el más cruel. Sé que por lo menos una minúscula parte vive en mí pero aborrezco el no poder hacer nada ante momentos que pude aprovechar mejor: soy como esa niña que tuvo los más bonitos patines para Navidad y que, por precaución y para su conservación, casi nunca los usó y ahora les queda pequeños.
Soy mucho y sin embargo no me queda nada o casi nada. Sólo me quedará, al menos, mis palabras banales que me harán escalar lo más alto o me hundirán ante los dedos acusadores que se llaman señores y señoras Envidias. Mi corazón, así como mis palabras saben que soy una plastilina que se intenta amoldar a todo y para todos, que carezco de mala intención y encima si me sacan partido puedo servir como uso didáctico. Sufro porque nadie esté o se corresponda con mis múltiples usos y que jamás llegue a entender esas palabras que, aunque tristes y vacías, me hacen ser rica cultural y oratoriamente.
Hoy me siento triste pero no es esa tristeza de dolor ni de melancolía. Es esa sensación que no te explicas porque te es indiferente y se corresponde con la noche que sumerge a los depresivos en una tragedia de muerte. Me gustaría decir mucho más y desnudarme como medio fácil y efectivamente efimero de desahogo pero no. Es un no alto, claro y rotundo; una respuesta que sumerge, a aquellos que leen esta entrada, en dudas y que conduce a ninguna conclusión… me disculpo ante misterismos y tinieblas pero como dice el título, esto va sobre la tristeza vacía: qué menos que mi texto también sea vacío como la frialdad que contengo sobre mi regazo…


No hay comentarios:
Publicar un comentario